Estaba en el teatro, con la compañía, en un ensayo. Entradas, salidas de personajes; agudos, graves, voces femeninas y su estridencia, voces masculinas y su calor, la orquesta y su director, el coro. La acústica del lugar era un disfrute, no hacía falta micrófonos.
En un descanso estaban todos sentados en las butacas de la platea, charlando y a las risas, cuando entró él, un hombre entrado en años, un jubilado. Se presentó y explicó para qué estaba ahí: tan simple como que cobraba la mínima y estaba pidiendo contribuciones para comprarse los remedios que le habían recetado.
Pasó uno por uno y todos le daban algo, él se fijó en su billetera y no tenía cambio, no podía (no quería, mejor dicho) darle 10 mil pesos. Cuando se le acercó, él le preguntó si tenía cambio, y la respuesta fue que sí. Y, acá viene lo sorpresivo, antes de seguir su camino, el hombre mayor le dijo: Gracias, hermoso. Y la cabeza de nuestro barítono explotó. Supo que el jubilado no solo deseaba a otros hombres, sino que también, a su entrada edad, todavía era capaz de amar. Esto último lo intuyó, había algo en la mirada de ese hombre que se lo decía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario