Mientras caminaba recordaba su época de estudiante. Primero en la escuelita municipal y luego en la academia del teatro. Mientras cursaba en la escuelita vivía en una residencia estudiantil de Rosario, donde estaban alojados los de su pueblo que venían a estudiar a la ciudad. El dormitorio era compartido entre cuatro y había una cocina común y un parque enorme con mucho verde, donde muchas tardes tomaba mate con compañeros o amigos. Estaba bueno que lo dejaban vocalizar sin hacerle problemas, ya todos sabían que él estudiaba canto y lo aceptaban, e incluso lo escuchaban con disfrute. Y también aceptaban que fuera gay, pero en este caso el disfrute corría por parte de nuestro joven barítono, que al mismo tiempo que andaba el camino de la lírica, daba sus primeros pasos en el placer. Primeros torpes pasos, pero pasos al fin.
Una vez invitó a la residencia a Marcelo, un chico que estudiaba periodismo al que había conocido por chat, hace unos meses. Con él fueron a ver Kill Bill al cine, y repararon en la salpicadura de sangre enmarcada en un cuadrito blanco, en la pared de un decorado.
Pero ahora estaban solos, en el dormitorio, dando lugar al deseo.

 
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