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Llueve futuro en tus pupilas (poesía, 2013), de Chelo Mil
Veinte poemas. El fruto sabroso y elocuente de la síntesis, el bilingüismo y el amor. Un libro publicado en verano y con buena estrella.

Adiós

Relato - Por Chelo Mil

Terminé la secundaria en el Poli e intenté irme a estudiar a Buenos Aires. El Traductorado de Inglés de Capital tenía un edificio lindo de ladrillo visto, en un barrio pintoresco, y en su examen de ingreso repetí mucho el término “just” en el texto que había que improvisar por escrito, en lengua anglosajona. Justo. Justo José de Urquiza. En Rosario yo vivía sobre esa calle. Justo. Como cuando pagás con el monto exacto en el quiosco.

Un paquete de veinte cigarrillos Melbourne. Costo: 1.200 pesos. Dinero entregado: 1.500 pesos. Vuelto: 300 pesos. Hasta luego.
Camino el par de cuadras que separan al quiosco de mi casa. Hace frío. Prendo un cigarrillo, después de guardar en el bolsillo los papelitos producidos al abrir el paquete. En realidad voy y vengo con el cuidado del medio ambiente: en mi casa reciclo la basura, pero las colillas las sigo tirando en la calle, en la cuneta, para que al menos se las lleve el barrendero.

Un kilo de bananas, uno de mandarinas y dos tomates. Costo: 3.500 pesos. Dinero entregado: 4.000 pesos. Vuelto: 500 pesos. Hasta luego.
Los tomates en la heladera, abajo, y la fruta en la canasta de mimbre, junto a los cereales. Las bananas están maduras, prefiero tener que sacarles alguna parte en mal estado a que estén verdes, duras y desabridas. Las mandarinas le gustaban a mi abuelo David, y a mí me gustan sin semillas, son fáciles de consumir.

Medio kilo de pan. Costo: 900 pesos. Dinero entregado: 1.000 pesos. Vuelto: 100 pesos. Hasta luego.
Pan y circo. Donde hay hambre no hay pan duro. Pan con pan, comida de tontos. No solo de pan vive el hombre. El pan es un pilar ancestral de nuestra alimentación y quizá por eso aparece en varios refranes. A mí me gusta mojarlo en crema de leche en la merienda; o usarlo como base de sándwiches en el mediodía. Prefiero la miga antes que la corteza. La miga blanca que es como un algodón comestible.

Yerba y galletitas surtidas. Costo: 3.100 pesos. Dinero entregado: 4.000 pesos. Vuelto: 900 pesos. Hasta luego.
- Hola hermoso, ¿cómo andás tanto tiempo? -pronuncian mis labios.
- Hola, bien … ¿Trajiste galletitas?
- Sí, surtidas de chocolate. Preparo el mate …
Saco el mate y la yerba del bolso matero, que es un regalo de un familiar. Mientras vuelco yerba en el mate Fernando me acaricia el pelo y me guiña un ojo, y puedo decir que su ternura es algo de lo mejor que me pasó en estos tiempos. Estamos sobre el pasto en la plaza López, en una ubicación donde tímidos rayos de sol nos brindan su tibieza. Ahora saco el termo con agua caliente y antes de colocar la bombilla en el mate echo un poco de agua sobre la yerba.
- ¿Seguís tomando amargo, no? -le pregunto mientras estiro el brazo y le paso el mate.
- Así es … Hmm, está rico …
- Te extrañé -le confieso.
- Yo también, pero ya sabés cómo son las cosas. Ahora estamos acá, aprovechemos.
Y vino el beso. Sus labios cálidos, su barba, su masculinidad. La comunidad entre dos hombres, reinando, marcando un hito en la cotidianidad. Estoy seguro de pocas cosas, pero tengo la certeza de que esto es amor.

Tres preservativos. Costo: 5.000 pesos. Cambio justo. Adiós.

El hogar es la diferencia

Relato - Por Marcelo Milman Pilnick

Estoy en el aeropuerto de Fisherton, haciendo la cola en la aerolínea. Viajo al exterior, y es la primera vez que lo hago. En verdad nunca salí de Rosario, pero ahora gané un concurso organizado por la Municipalidad, la provincia y Nación, en conjunto, y el premio consiste en ir dos semanas a unas islas paradisíacas en el Pacífico, en Oceanía. Entrego el pasaporte y el empleado lo agarra con amabilidad y una amplia sonrisa; en realidad todos en el aeropuerto son amables. Ya estoy en el avión, en primera. En el despegue siento la inercia que me empuja contra el respaldar y luego de un rato me duermo. Tengo un sueño extraño: un marqués con una máscara veneciana y una remera que dice “El hogar es la diferencia” me da la bienvenida a su país. Me despierto con el aterrizaje, dormí todo el vuelo. Ahora a bajar que empieza el disfrute.
Atravieso la manga, agarro mi equipaje y bajo las escaleras del aeropuerto, cuando veo un hombre que tiene un cartel con mi nombre, y ¡tiene una máscara veneciana!, como en mi sueño. Esta coincidencia me inquieta un poco. En un claro español me dice que me va a llevar a mi hotel. En el trayecto hablamos sobre el clima, que está espléndido, y cuando bajo me desea que tenga las vacaciones de mi vida.
En la vereda pasa un niño en bicicleta, lo veo fugazmente, pero reconozco un parecido a mí cuando era chico. Qué casualidad. Entro al hotel y voy a la recepción. El hombre que atiende tiene mi estatura, pelo castaño como yo y ¡mis rasgos! Bienvenido, me dice, lo estábamos esperando. Me doy vuelta y veo al botones, que también es igual a mí. Creo que me voy a desmayar, pero no. Camino unos pasos y voy al comedor, donde hay varias personas, hombres y mujeres, todos iguales a mí. Empiezo a llorar, pero en mi llanto no hay tristeza, solo incapacidad de comprender.
Señor, me dice el conserje, es comprensible su estado de shock, pero trate de tranquilizarse. Usted es el “Modelo”, y ahora que lo sabe, el mundo entero es suyo.