Me tomé el 110 en Avellaneda y Juan José Paso, estaba volviendo de la dentista. Saludé al chofer pero no hubo respuesta, él estaba como enojado con la mirada clavada hacia adelante, a través del parabrisas algo sucio.
Me senté a la mitad del colectivo. No había aire acondicionado y a pesar de que ya había atardecido se sentía el calor del verano.
El tráfico estaba trabado y en un momento, después de esquivar con cuidado a una ciclista, el chofer tuvo que frenar de golpe antes de girar a la izquierda, porque un auto rojo decidió no avanzar cuando le correspondía. Levantó los brazos en un gesto creo que de hastío y en claro castellano, acentuando cada sílaba, gritó: “No – pue - do – más”.
Acto seguido se bajó del colectivo y empezó a trotar, un tramo por el medio de la avenida y después por la vereda, hasta desaparecer.
Los pasajeros empezamos a mirarnos, ahora no había conductor y estábamos varados en el medio del tráfico, era una situación anómala.
Pasados unos minutos me bajé y empecé a caminar hacia la próxima parada, para esperar al bus siguiente. En el camino entré a un quiosco, me había quedado sin cigarrillos. Dicho sea de paso, la dentista me pidió que fume menos y me develó que los fumadores no pueden ponerse implantes, porque el cuerpo, o más específicamente la boca, los rechaza.
El quiosco era en espacio alargado, lleno de heladeras y pequeñas góndolas en sentido transversal, iluminado con un blanco extenuante. La chica que atendía estaba detrás de un vidrio y tenía un gesto adusto. El local estaba repleto de gente.
- No tengo cambio, ¿te puedo dar caramelos por los dos pesos?
- Si ya sé que no sos un quiosco, que el quiosco soy yo, pero igual no tengo cambio…
- ¿Que el billete está roto? ¿Que te lo cambie?
- No, hasta mañana no hay crédito para la tarjeta de colectivo.
Cada frase que decía la chica era como si se le escapara el alma por la boca, hasta quedarse vacía y rodeada de golosinas.
En un momento empezó a llorar, fuerte, con mucho ruido y espasmos en el cuerpo. Pocas veces vi a alguien tan angustiada. Una señora le dijo que se siente, y lo hizo. Pero parecía no calmarse.
Cuando vendemos nuestra fuerza de trabajo porque no tenemos nada más que vender, cuando nos explotan, a veces el cuerpo y la cabeza dicen “Basta”. En ese momento es importante huir y hacer algo divertido, a pesar de que perdamos nuestro salario.
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Chile Centro (crónica, 2019), de Marcelo Milman Pilnick
Una crónica al detalle de un viaje a la región centro de Chile.
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Proletariado libre
Relato - Por Chelo Mil
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