Tenía el torso desnudo, al igual que su compañero de franela. Con la mano izquierda le agarraba el bulto de manera sutil, pero con firmeza, y con la derecha acariciaba sus velludos pectorales. Se besaron: primero él le mordió el labio inferior, dando cuenta de que le gustaba tanto que lo necesitaba, después entró en su boca con la lengua y permanecieron así, en comunión, unos minutos.
Estaban en el cuarto oscuro de un boliche, un día de semana, en Capital Federal, cuya vida nocturna no conoce de días u horarios. Él era soltero, no tenía compromisos formales, y de vez en cuando viajaba e iba a lugares como éste, para dar rienda suelta a su deseo.
La música que sonaba era tan distinta a la que él interpretaba, que sentía estar en otro planeta. Música electrónica, donde el ritmo es lo principal. Música intervenida por la tecnología, lejos de la acústica casi perfecta de un teatro para un conjunto de voces líricas y una orquesta.
¿Vamos a desayunar? Le dijo a su compañero de franela. Encontraron un bar abierto, pidieron dos promos y, entre risas y novedades, empezaron a ponerse al día, ya que hace bastante que no se veían.

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