Capilla |
Estoy en la parte de atrás de la capilla, y ahí percibo los labios de Andrés como nunca. Digo percibo, y el tacto florece como sentido privilegiado; podría decir que experimento sus labios, su calor, su ternura. Es de noche, pero igual nos guarecemos a la sombra de algunos árboles, ya que la luz de la luna tiene hoy algo de amenaza, involuntaria, pero delación al fin.
Sucede que Andrés y yo somos hombres, y hay algo en esta época, en el mundo, que nos obliga a lo furtivo. Algo tan noble como el amor o el deseo tiene para nosotros, y para tantos otros seguramente, el mandato del silencio.
¿Qué hacemos en las afueras de una capilla? Bueno, a pesar de que definitivamente no hay consenso sobre ello, nosotros estamos con Dios, lo amamos, y tratamos de estar lo más cerca de él que podemos, incluso cuando nos besamos. Conlleva un riesgo, es verdad, pero sabemos que él nos cobija, nos protege y nos quiere en su morada.