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Un encanto que me es ajeno


Crónica - Por Marcelo Milman

El colectivo salió bien temprano desde el Castagnino. Asiento 1. Todos con barbijo, sin ventanas abiertas. Con mi vieja llevamos para hacer mate, pero no tomamos en todo el viaje. Dos paradas más para seguir levantando pasajeros. Primera parada cerca del destino, en una estación de servicio. Selfie y felicidad.
Suben al colectivo dos guías turísticos. Uno no usará barbijo nunca, el otro repetirá "justamente" todo el tiempo.

Llegamos a Santa Fe capital. Museo etnográfico desde afuera e iglesia franciscana por dentro. El jardín de la misma es hermoso, arbustos explotados de primavera un par de días antes de que ésta llegue a nuestro hemisferio. Techos de madera hechos por pueblos originarios, sin usar un solo clavo, creo que dice el guía. Hay una virgen de semblante ambigüo, ni sonríe ni está triste.

Después caminamos hasta la Plaza 25 de mayo. Remodelada. Casa de gobierno o Casa gris. La emplazaron a donde estaba el Cabildo, que ya no existe, no como en Buenos Aires, que lo recortaron pero lo dejaron, dice el guía. Dos mástiles enormes con las banderas de Argentina y Santa Fe. Mecanismo de izamiento robotizado, dice el guía. Palmeras. Cruces de madera que recuerdan a los fallecidos en la inundación.

Volvemos al colectivo. Pasamos por la iglesia de Guadalupe, que está cerrada al público. Ni bajamos del bondi. Después llegamos al puente colgante. Hay dos puentes, uno al lado del otro, ambos transitados. La costanera parece linda. Foto grupal en el cartel 3D de Santa Fe. Fotos, fotos, fotos. Mi vieja salió bien, yo con la excusa de pasar el día cómodo estoy hecho un croto. Subimos de nuevo al colectivo, vamos a ir a almorzar a un lugar donde sirven pescado de río: "Lo de Chiquito". Al lado hay un monumento al boxeador Carlos Monzón, que por un lado ganó 14 títulos mundiales, y por otro asesinó a su mujer, Alicia Muñiz. Hay otros monumentos en memoria de las mujeres víctima de violencia de género. No me los mostraron, pero me tiraron el dato después. Que derrumben el monumento a Monzón, la vida está por sobre el éxito profesional.

En el almuerzo grupal me abruma el ruido (hasta hay un cantante de folclore) y la verborragia de mi madre. La comida es frita en su mayoría. Me escribe mi oso-contacto, con el que estuve chateando desde Rosario. Que por dónde estoy. Le digo que nos vemos a las cuatro, en el shopping. Ok.
Caminamos un poco y volvemos a subir al colectivo rumbo al casino, que está al lado del shopping. Tenemos algo de crédito para algunas maquinitas, y una merienda ahí dentro. De nuevo me siento abrumado por los ruidos, la oscuridad, el barbijo y el lugar cerrado. Son las cuatro, salgo. El oso llega en un auto blanco, le digo que no voy a subir, que baje él, si quiere. Ok. Me dice que vaya a la otra punta del shopping, que va a estacionar por allá. Charlamos, caminamos un poco. No hubo abrazo, y eso que a los osos les gusta dar abrazos. "Por lo menos nos conocimos", dice. Vuelvo al casino. Tomo la sobria merienda. Salgo de nuevo y hago tiempo en la sombra. Resta subir al colectivo y regresar.

Son cerca de las diez y ya hace rato que es de noche en el Castagnino. Taxi y a casa. Es sábado a la noche y Pellegrini está estallada de gente. Las lucecitas adornan las veredas, creando un encanto que me es ajeno.

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