Estaba tomando un café por Pellegrini, mejor dicho un cortado, en jarrita, que es lo que siempre pedía. Pensaba en su infancia, de la cual tenía un buen recuerdo, había mucha música por allí. Su tío tocando la guitarra, su madre cantando; el folclore, el tango, la música clásica y, un tiempo después, los Beatles…
Hola capo, disculpame, estoy vendiendo sahumerios, tres por mil, ¿me das una mano?
Dale, ¿de qué aroma tenés?
Me queda de lavanda y jazmín.
Dame un paquete de cada uno.
Buenísimo, dos mil entonces.
Acá tenés.
Gracias capo.
En su adolescencia su recorrido musical había tenido más que ver con el rock, bandas como Nirvana lo transportaban a otro lugar, distinto, donde podía colocar su rebeldía. Durante un período más o menos largo fue vocalista de una banda de grunge, pero pronto la academia lo haría volver a lo lírico…
Hola señor, estoy ofreciendo pañuelitos, quinientos cada uno.
¿Cómo te llamás?
Agustín.
¿Cuantos años tenés?
Diez.
Bueno, dame dos paquetitos.
Gracias, son mil pesos.
Acá tenés.
Gracias, chau.
Sentarse en la vereda del bar tenía eso, para él implicaba disponer de un dinero extra para los vendedores ambulantes, que se ganan la vida de bar en bar, de mesa en mesa…